lunes, 13 de agosto de 2007

Marías y Robertas

No estarás sola, siempre habrá quien se parta en dos en cada despedida, quien te dé aliento cuando te des por vencida. Tu revolución llenará sonrisas, yo la incorporé a mis aperos de trabajo, a mi vida.



Cuando a mi hermana le diagnosticaron anorexia una burbuja de interrogantes se formó en mi cabeza. Y hasta hoy no logro disolverla.

¿Tan importante es la imagen? ¿Cuándo el espejo pasó a ser más importante que el alma? ¿Porqué a ella? ¿Para qué? ¿Cuál es la enseñanza? ¿Cómo sigue?

De esto hace más de cuatro años. En principio fue una obsesión por la flacura. Después por la muerte.

Mi hermana se quiso matar por lo menos cinco veces, de maneras distintas y dolorosas. Pasó por varias internaciones, por distintos tratamientos, por psicólogos de acá y de allá.

Fue de la anorexia a la bulimia y de la bulimia a la anorexia, como un puente inconsciente e invisible de daños.

Hasta hoy, jamás, había podido escribir sobre la enfermedad de mi hermana.

Hasta hoy, que me encuentro con una nota que publicó mi profesora Sandra. María, la hija de Sandra, tiene trastornos de alimentación desde hace un tiempo y el problema se agrava.

Varias veces hablamos del tema, nos contamos detalles, situaciones que sólo alguien que esté bailando ese ritmo puede entender. De pronto se presenta un código desconocido y aprendemos, o por lo menos tratamos, un nuevo idioma.

No pude dejar de pensar en los primeros tiempos de la anorexia de mi hermana.

Tengo flashes de situaciones terriblemente dolorosas. De anécdotas cargadas de tristezas. Tengo frío en los huesos de noches enteras en los pasillos del hospital esperando que se despierte. Tengo los brazos débiles de sostenerla muerta por varios minutos hasta que por fin respiró.

Leo a Sandra, y pienso en María y pienso en Roberta, y en las Marías y las Robertas que están viviendo este infierno. Y pienso en las familias de las chicas con estos trastornos.

Un saco de recuerdos me abraza y no logro dejarlo en el perchero. Un escalofrío que me acompaña todo el día, vaya a donde vaya.

Pienso en la cara de mi hermana y se me estremece el alma. Puedo ver a mi papá y a mi mamá llorando.

Si hoy me piden una imagen de la enfermedad de mi hermana, pienso en dos.

La primera, abrazada al inodoro vomitando unos alfajores de maicena, con la boca lastimada y las manos ensangrentadas, y perdón por la literalidad. Y, la segunda, tirada en la cocina de mi casa intoxicada con gas.

Hay cosas en la vida, que no elegimos, y sin embargo nos marcan a fuego, nos indican un camino a seguir.

Y también, una forma de vida. Una filosofía que vamos construyendo como podemos cuando podemos.

En el final de la nota de Sandra cuenta que María se quiere curar y que escribieron juntas el texto para que si alguna chica con estos trastornos la leía no se sienta sola.

Mi final, un poco abierto, lo dedico a las chicas con anorexia y bulimia, y a los padres, hermanos, amigos y novios de estas chicas, con una frase de Sandra que hago mía:
“La escritura, en este caso, es un puente hacia lo que sangra y no tiene nombre ni imagen. Hacia lo que no se puede decir.”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

sin palabras!!!!!!!!!! escalofrios por doquier!

Manuel Dueñas dijo...

Hermoso, Ana. Qué rico escribes.