Mi historia
“La gente escribe porque para ellos es crucial contar su parte de la historia sin interrupciones”
Había ocurrido lo esperado. Bueno, lo esperado por mí, al menos.
Llamé a Vero a su celular, para contarle. Desde que está viviendo en Calafate, ubicarla requiere de un esfuerzo de producción importante. La llamé varias veces, me atendía el contestador de una, o sonaba un largo rato y “usted se ha comunicado…”.
Llamé al hotel donde trabaja. Nuestros llamados a los lugares de trabajo, de amabas, suelen ser sólo urgentes. La ocasión lo ameritaba.
–Suitedesign, buenas noches habla Rodrigo, ¿en qué puedo ayudarlo?
–Hola, Rodrigo, quisiera hablar con Verónica.
–¿Verónica Lampón?
–Sí, Verónica Lampón. Soy Laura, de Quilmes (digo “de Quilmes”, para que piensen que soy de la cervecería y que es por trabajo, otras veces uso “de la Universidad de Quilmes” y Vero me sigue la corriente)
–Ella ya se retiró. Terminó su turno hace dos horas.
–Ah, ok. ¿La ubicaré en el celular? Porque llamo y me atiende el contestador.
–Debe estar sin señal. Intentá más tarde.
–Bueno, Rodrigo, muchas gracias. Muy amable.
–Por nada. Hasta luego.
Intenté a su celular varias veces más, contestador. Una hora más tarde, me atendió:
–Hoooo (Vero tiene el “hola” más largo del mundo)
–Vero, rápido que te llamo de mi celular, escuchá…
Se cortó. Estaría sin señal. Pruebo de nuevo.
–Hola, hola, ¿me escuchás?
–Sí, Vero, te escucho muy mal.
–Es que justo estoy “·%$%&%& por debajo de un ·”$·$&//%&/&%·
–Ah, y ¿a qué hora te puedo llamar que estés con señal?
–A las &=?&”·$%&$/
Se cortó.
Un poco más tarde, cerca de la 1 de la madrugada volví a intentarlo. Mi estado: ebria, bastante o muy, ebria al fin.
–¿Vero?
–No, Vero está durmiendo ¿quién habla?
–Laura, soy Laura y necesito hablar con ella. ¿La podés despertar?, por favor.
1 minuto más tarde.
–¿Lau? ¿Qué pasa? Estoy muy dormida, ¿te pasó algo?
–¡Sí! ¿estás sentada?
–¡Estoy dormida!
–Vero… ¡me recibí!
(Vero, como todos, sabía que yo estaba por rendir mi última materia. Y no sólo eso, sino que esta materia me había costado mucho. Tres veces había intentado rendir el final de Radio 3, pero le tenía terror. Esto se debe, no a que sistemáticamente yo tenía miedo en instancias evaluativas, para nada, sino que Radio, en particular, había sido una pelea más que una materia, no la había estudiado, la había luchado. Mi profesor es muy estricto y me volvía loca, y yo a él, supongo, con las “s”, es un vicio que traigo del interior, me como las “eses”. Terminé yendo a una fonoaudióloga para corregir este problemita.
Entonces esta vez no le había dicho a nadie que la rendiría, para no sentir más presión que la propia. Y la aprobé. Cada uno se fue enterando en el momento en que salí y los llamé)
–…
–Pelotuda, ¿me escuchaste?
–…
Corté.
Bastante borracha, muy feliz, me acosté a dormir. Pensé en mandarle un mail a Vero al día siguiente.
El viernes me levanté bastante dolorida, sentía “tres tiros en la cabeza, dos en el hígado y como cinco más distribuidos por todo el cuerpo”. Estado: desastroso. Decidí tomarme un día sabático, quedarme en casa, pensar en la nueva vida como “licenciada” y no ya como “estudiante”. Para mí todo esto es una reverenda idiotez. Pero lo cierto es que sentí un alivio increíble, sumado con algo de miedo a lo que vendrá.
Me preparé una leche, fui hasta el living de casa, prendí la compu, me conecté, tenía 5 correos nuevos, tres me ofrecían ampliar mi casilla, uno era el resumen del diario, que había decidido pasarlo de largo, dado que mi primer día como Comunicadora Social, sería sin información. Desde que empecé la carrera mi sensación de libertad estuvo ligada, directamente, a no informarme. Eso me hacía libre. El último era de Vero, se llamaba “sueño”. Y escribió:
“Anoche soñé con vos, compañera. Soñé que por fin dejabas el fucking miedo en el ropero y te presentabas a tu último final. Es decir, te recibías. Soñé que me llamabas en pedo y me lo contabas. Suerte que fue un sueño, no me perdonaría estar tan lejos cuando el milagro ocurra. Te quiero, nena, Vero”
Era mi historia, era mi carrera, yo me había recibido, ¿por qué carajo lo había soñado ella? Se suponía que yo se lo contaría. ¡No que ella me lo contaría a mí en un mail! Me enfurecí. Puteé a las compañías de celulares, a Calafate, al hotel para el que Vero estaba trabajando.
Le respondí:
“Querida amiga, es una pena para mí, que tu sueño me gane de mano. Es una pena para vos, estar lejos cuando los milagros ocurren. Pero nada, ni tu pena ni la mía, pueden dejar de serlo ahora. Ahora que, sí, me recibí. Ahora que tu sueño y la realidad se rozan, porque, sí, te llamé y te dije, pero estabas tan dormida que no sé si lo llegaste a oír, o fue tu inconsciente, que haciéndole un lugar a mi alegría te lo transmitió. Sé como sigue esto. Espero tu llamado”
Esta era mi historia. Yo la quería contar.
“La gente escribe porque para ellos es crucial contar su parte de la historia sin interrupciones”
Había ocurrido lo esperado. Bueno, lo esperado por mí, al menos.
Llamé a Vero a su celular, para contarle. Desde que está viviendo en Calafate, ubicarla requiere de un esfuerzo de producción importante. La llamé varias veces, me atendía el contestador de una, o sonaba un largo rato y “usted se ha comunicado…”.
Llamé al hotel donde trabaja. Nuestros llamados a los lugares de trabajo, de amabas, suelen ser sólo urgentes. La ocasión lo ameritaba.
–Suitedesign, buenas noches habla Rodrigo, ¿en qué puedo ayudarlo?
–Hola, Rodrigo, quisiera hablar con Verónica.
–¿Verónica Lampón?
–Sí, Verónica Lampón. Soy Laura, de Quilmes (digo “de Quilmes”, para que piensen que soy de la cervecería y que es por trabajo, otras veces uso “de la Universidad de Quilmes” y Vero me sigue la corriente)
–Ella ya se retiró. Terminó su turno hace dos horas.
–Ah, ok. ¿La ubicaré en el celular? Porque llamo y me atiende el contestador.
–Debe estar sin señal. Intentá más tarde.
–Bueno, Rodrigo, muchas gracias. Muy amable.
–Por nada. Hasta luego.
Intenté a su celular varias veces más, contestador. Una hora más tarde, me atendió:
–Hoooo (Vero tiene el “hola” más largo del mundo)
–Vero, rápido que te llamo de mi celular, escuchá…
Se cortó. Estaría sin señal. Pruebo de nuevo.
–Hola, hola, ¿me escuchás?
–Sí, Vero, te escucho muy mal.
–Es que justo estoy “·%$%&%& por debajo de un ·”$·$&//%&/&%·
–Ah, y ¿a qué hora te puedo llamar que estés con señal?
–A las &=?&”·$%&$/
Se cortó.
Un poco más tarde, cerca de la 1 de la madrugada volví a intentarlo. Mi estado: ebria, bastante o muy, ebria al fin.
–¿Vero?
–No, Vero está durmiendo ¿quién habla?
–Laura, soy Laura y necesito hablar con ella. ¿La podés despertar?, por favor.
1 minuto más tarde.
–¿Lau? ¿Qué pasa? Estoy muy dormida, ¿te pasó algo?
–¡Sí! ¿estás sentada?
–¡Estoy dormida!
–Vero… ¡me recibí!
(Vero, como todos, sabía que yo estaba por rendir mi última materia. Y no sólo eso, sino que esta materia me había costado mucho. Tres veces había intentado rendir el final de Radio 3, pero le tenía terror. Esto se debe, no a que sistemáticamente yo tenía miedo en instancias evaluativas, para nada, sino que Radio, en particular, había sido una pelea más que una materia, no la había estudiado, la había luchado. Mi profesor es muy estricto y me volvía loca, y yo a él, supongo, con las “s”, es un vicio que traigo del interior, me como las “eses”. Terminé yendo a una fonoaudióloga para corregir este problemita.
Entonces esta vez no le había dicho a nadie que la rendiría, para no sentir más presión que la propia. Y la aprobé. Cada uno se fue enterando en el momento en que salí y los llamé)
–…
–Pelotuda, ¿me escuchaste?
–…
Corté.
Bastante borracha, muy feliz, me acosté a dormir. Pensé en mandarle un mail a Vero al día siguiente.
El viernes me levanté bastante dolorida, sentía “tres tiros en la cabeza, dos en el hígado y como cinco más distribuidos por todo el cuerpo”. Estado: desastroso. Decidí tomarme un día sabático, quedarme en casa, pensar en la nueva vida como “licenciada” y no ya como “estudiante”. Para mí todo esto es una reverenda idiotez. Pero lo cierto es que sentí un alivio increíble, sumado con algo de miedo a lo que vendrá.
Me preparé una leche, fui hasta el living de casa, prendí la compu, me conecté, tenía 5 correos nuevos, tres me ofrecían ampliar mi casilla, uno era el resumen del diario, que había decidido pasarlo de largo, dado que mi primer día como Comunicadora Social, sería sin información. Desde que empecé la carrera mi sensación de libertad estuvo ligada, directamente, a no informarme. Eso me hacía libre. El último era de Vero, se llamaba “sueño”. Y escribió:
“Anoche soñé con vos, compañera. Soñé que por fin dejabas el fucking miedo en el ropero y te presentabas a tu último final. Es decir, te recibías. Soñé que me llamabas en pedo y me lo contabas. Suerte que fue un sueño, no me perdonaría estar tan lejos cuando el milagro ocurra. Te quiero, nena, Vero”
Era mi historia, era mi carrera, yo me había recibido, ¿por qué carajo lo había soñado ella? Se suponía que yo se lo contaría. ¡No que ella me lo contaría a mí en un mail! Me enfurecí. Puteé a las compañías de celulares, a Calafate, al hotel para el que Vero estaba trabajando.
Le respondí:
“Querida amiga, es una pena para mí, que tu sueño me gane de mano. Es una pena para vos, estar lejos cuando los milagros ocurren. Pero nada, ni tu pena ni la mía, pueden dejar de serlo ahora. Ahora que, sí, me recibí. Ahora que tu sueño y la realidad se rozan, porque, sí, te llamé y te dije, pero estabas tan dormida que no sé si lo llegaste a oír, o fue tu inconsciente, que haciéndole un lugar a mi alegría te lo transmitió. Sé como sigue esto. Espero tu llamado”
Esta era mi historia. Yo la quería contar.